¿Igualitario?

Por Ricardo Plaul

¿Sentí su mano sobre mi boca y no me gustó. Pude olfatear el olor del tabaco negro que fumaba y tuve ganas de morderlo. Pero me contuve, no había agresión en su gesto sino mas bien todo lo contrario. Nunca habían podido callarme, ni siquiera en los años de plomo de la dictadura. Claro que tuve que escaparme del país para sobrevivir y abandonar acá todos mis afectos.
Sus manos fueron bajando y sentí su turgencia poco conveniente a esa hora de la mañana, con todo lo que tenía que hacer antes que los chicos llegaran de la escuela.
Serví el desayuno y me di cuenta que tenía la camisa algo arrugada.
-No podés ir con la camisa así, sacátela que te la plancho- le dije. Carlos nunca tenía en cuenta esos detalles. Aunque protestara a menudo a mí me gustaba cuidarlo.
Pensé en todo lo que habíamos tenido que superar para estar juntos. La oposición de ambas familias. Sobre todo de mi padre que nunca quiso entender, ni menos aceptar, lo que nos pasaba. En la escuela privada confesional donde trabajo, en cuanto se enteraron, me echaron de inmediato y de nada sirvieron las demandas en el gremio. Me miraban como en la antigüedad se miraba a los leprosos. El temor al contagio era terrible.
Al menos en el trabajo a Carlos no lo echaron. Tenía mucha antigüedad y pesó el hecho de la indemnización y el juicio laboral que iban a tener que bancarse.
Pero lo peor fue cuando se enteraron que pensábamos adoptar. Sumábamos una perversión tras otra. Si ya les resultaba "un asquito" (la discriminación en diminutivo pasa ser menos discriminación) que dos "putos" se casaran, más escandalizador era que quisiéramos ser "papás". La crucifixión social nos envolvió en sus redes.
A pesar de las leyes aún existe la Inquisición del gesto y la palabra.

RICARDO LUIS PLAUL