Pesadilla

La historia avanzó dos pasos
y una mirada avergonzada se estrelló en su rostro.
Las manos aún se alzaban en oración pagana,
un plato vacío se vestía con harapos
en la esquina más desgraciada de la vida.
La tierra estremecida, gemía sin árboles,
sin arroyos, sin pájaros,
un veneno gris alimentaba sus entrañas.
Quiso retroceder y ya no pudo,
un reloj sin agujas aceleraba el tiempo,
el último poeta disimulaba sus delirios.
Máquinas extrañas cruzaban los cielos,
el canto del zorzal era un recuerdo sin destino.
Todos lo habían olvidado: eran la rama desgajada,
el crujido siniestro de una herida infinita
que volcaba sus heces en la balanza más perfecta.
Antes de morir abrió sus manos
a la última esperanza que rodó lentamente
en las lágrimas sedientas, en el gorjeo palpitante,
en el silencio pleno que escondió entre las notas
de esa sinfonía, que empezaba a despertarme.
09/12/10