Por Ricardo Plaul
La noche siempre había sido para Kinaka, el territorio de sus fechorías. En este lugar, sin embargo, lo desconocido lo atemorizaba. Al caer el sol, el aullido del viento se entremezclaba con el de repugnantes criaturas. Los riscos puntiagudos semejaban fantasmas infernales surgidos de abismos insondables.
Desde la antigüedad el ostracismo era la pena más infamante que se le podía infligir a un ciudadano.
Fue afortunado que una patrulla de guardias internacionales pasara por... Continuar leyendo