Por Ricardo Plaul
Un hedor pegajoso y gris penetraba sus ropas en el pasillo de su niñez y su pobreza. Cicatrices de olvidos cubrían sus ojos y un hilo de sangre mojaba sus recuerdos mientras despedía a sus hermanitos. Los niños curiosos espantaban las moscas de la muerte en un cielo abierto por balas sin nombre. Todos sabían que la tragedia era el color de la cotidianeidad.
Hebras oscuras de un llanto silencioso se hundían en palabras de consuelo. Era casi una alegría visitar su... Continuar leyendo