En mis anaqueles dormían tus palabras
con la tiesa reciedumbre de tus libros,
de tus versos, de tus inquietudes.
Supe alcanzarte algún café mientras
tus piernas estirabas en el sofá.
Sin saberlo robaste de mi copa todo el vino,
toda la locura, todos los deseos,
todo eso y dormías.
La sirena del horror borró los sueños,
las sonrisas, las mentiras.
Siempre fuiste una presencia, una idea, una caricia.
No pudieron torturar tus ilusiones,
sacar un pasaje para la desesperanza.
No... Continuar leyendo