La
felicidad es una idea fundamental”
Página/12,
Buenos Aires. Domingo, 7 de noviembre de 2010
http://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/subnotas/156414-50201-2010-11-07.html
Es el pensador francés
más conocido fuera de las fronteras de su país y el más revulsivo y sugerente:
no ha renunciado a defender la idea del comunismo y su visión igualitaria del
hombre y la sociedad. Su mirada atraviesa toda la problemática contemporánea e
ilumina aspectos tan mitificados como las nuevas tecnologías y su aparente
ilusión igualitaria. En su último libro avanza sobre la potencialidad del amor
y su posible “valor revolucionario”.
Por Eduardo
Febbro
Desde
París
La figura esbelta, la firmeza juvenil de la voz
y el apretón de manos sólido –poco común en Francia– introducen al personaje
real de Alain Badiou. Este filósofo original es el pensador francés más
conocido fuera de las fronteras de su país. Su obra, extensa y sin concesiones,
abarca una crítica férrea a lo que Alain Badiou llama “el materialismo
democrático”, es decir, un sistema humano donde todo tiene un valor mercantil.
Badiou no ha renunciado nunca a defender un concepto al que muchos creen
quemado por la historia: el comunismo.
En su pluma, Badiou habla más bien de “la idea
comunista” o de la “hipótesis comunista” antes que del sistema comunista en sí.
Según el filósofo francés, todo lo que estaba en la idea comunista, su visión
igualitaria del ser humano y de la sociedad, merece ser rescatado. La idea
comunista “aún está, históricamente, en sus inicios”, dice Badiou.
El horizonte de su filosofía es polifónico: sus
componentes no son la exposición de un sistema cerrado sino un sistema
metafísico exigente que incluye las teorías matemáticas modernas –Gödel– y
cuatro dimensiones de la existencia: el amor, el arte, la política y la
ciencia. Pensador crítico de la modernidad numérica, Badiou ha definido los
procesos políticos actuales como una “guerra de las democracias contra los pobres”.
El filósofo francés es un excelso teórico de los procesos de ruptura y no un
mero panfletista. Badiou convoca con método a repensar el mundo, a redefinir el
papel del Estado, traza los límites de la “perfección democrática”,
reinterpreta la idea de República, reactualiza las formas posibles y no
aceptadas de oposición y pone en el centro de la evolución social la
relegitimización de las luchas sociales.
Alain Badiou propone un principio de acción sin
el cual, sugiere, ninguna vida tiene sentido: la idea. Sin ella toda existencia
es vacío. A sus más de 70 años, Badiou introdujo en su reflexión el tema del
amor en un libro brillante y conmovedor que acaba de salir en Francia y en el
cual el autor de El ser y el acontecimiento define al amor como una categoría
de la verdad y al sentimiento amoroso como el pacto más elevado que los
individuos puedan plasmar para vivir.
La
“idea” y el “materialismo democrático”
–Usted defiende un principio básico de nuestra
inscripción en la existencia, del cual se desprenden también nuestros
compromisos políticos: una vida sin ideas no es una vida.
–La verdadera pregunta de la filosofía consiste
en saber qué es una vida verdadera, qué es vivir, qué es el destino. Pero la
filosofía debe aportar respuestas mínimas a estas preguntas. Mi respuesta, que
es a la vez una hipótesis y una conclusión, es que la verdadera vida es una vía
que acepta estar bajo el signo de la idea. Dicho de otra manera, una vida que
acepta ser otra cosa que una vida animal. En todas las situaciones siempre
persiste la voluntad de querer algo y esa voluntad sólo tiene sentido en
relación con una voluntad de transformación.
–¿Cómo se inscribe esa idea de la idea en plena
dictadura de lo que usted llama “el materialismo democrático”? En suma, ¿cómo
existir, con qué idea, en un mundo donde todo tiene forma de producto?
–Ese es el principal problema de la vida
contemporánea. Se ha establecido un régimen de existencia en el cual todo debe
ser transformado en producto, en mercadería, incluidos los textos, las ideas,
los pensamientos. Marx lo había anticipado muy bien: todo es medible según su
valor monetario. ¿Qué es entonces una vida bajo el signo de la idea en un mundo
como éste? Hace falta una distancia con la circulación general. Pero esa
distancia no puede ser creada sólo con la voluntad, hace falta que algo nos
ocurra, un acontecimiento que nos lleve a tomar posición frente a lo que pasó.
Puede ser un amor, un levantamiento político, una decepción, en fin, muchas
cosas. Allí se pone en juego la voluntad para crear un mundo nuevo que no
estará a la orden del mundo tal como es, con su ley de circulación mercantil,
sino por un elemento nuevo de mi experiencia.
La
“idea comunista”
–Usted es uno de los pocos pensadores que aún
defienden eso que usted llama “la idea comunista”. Usted pone al comunismo como
una ilusión actual.
–Sé muy bien que algunas empresas que se
reivindicaron comunistas fracasaron porque no lograron crear el mundo nuevo que
pretendían y terminaron provocando daños considerables y situaciones terribles.
Tenemos dos opciones: o decimos que esa hipótesis comunista de un mundo que no
estaría regulado por la mercadería, el producto, no puede ser realizada,
entonces nos resignamos al mundo tal como es; o mantenemos la hipótesis
comunista. Si la mantenemos también hay que conservar la palabra. Si de la
experiencia histórica sacamos la conclusión de que hay que abandonar la
palabra, eso sería un retroceso no necesario. Podemos hacer nuestro propio
balance de lo que ocurrió en el siglo XX a partir de la posibilidad de
redefinir qué es el comunismo como porvenir posible. Esa es mi elección. Sé que
se trata de un trabajo largo, que requiere mucha reflexión y que será más
mundial que antes. La primera batalla consiste en mantener la fuerza y el
significado de esa palabra.
–¿Qué se puede recuperar, qué se puede volver a
leer, de lo que fue con todo un naufragio real en la práctica del comunismo?
¿Qué mensaje hay aún en la idea comunista?
–Creo que podemos volver a lo que el comunismo
quería decir no sólo para Marx sino para muchos revolucionarios del siglo XIX.
Para ellos, el comunismo tenía un sentido común que era la idea de una sociedad
extraída del principio del interés, es decir, una sociedad que no está
gobernada por el hecho de que un hombre persigue su interés sino por la idea de
la asociación de los hombres. Es esa asociación la que define los proyectos o
las metas colectivas. En el siglo XX esa idea se convirtió en la de un Estado
todopoderoso que resuelve todos los problemas planteados a la sociedad. Entre
la definición del siglo XIX y la del XX hay una enorme distancia.
–¿Qué ocurrió entre las dos?
–La obsesión del poder. Las organizaciones
obreras, militantes, revolucionarias, que habían sido aplastadas varias veces
en el siglo XIX, se obsesionaron con la idea del poder y la pregunta “¿cómo
vencer?”. Hubo dos alternativas a esa convicción: están los que se unieron a la
democracia parlamentaria ordinaria con la idea de vencer haciéndose elegir.
Pero claro, fueron electos y no cambiaron nada, el mundo siguió siendo el
mismo. Del otro lado, están quienes se lanzaron en la organización de la
sublevación armada. Pero, lamentablemente, lo hicieron mediante la
militarización violenta de la acción política que desembocó en Estados
militarizados que resolvían los problemas con la violencia. Hemos llegado de
alguna manera a un final porque ni la hipótesis de la vía pacífica y electoral,
ni la hipótesis de un aparato estrictamente militar encargado de resolver los
problemas políticos condujeron al comunismo según el sentido original del
término. Y el problema de la acción política actual es totalmente oscuro.
Asistimos a una mundialización capitalista sin freno y, en ella, las fuerzas
políticas dan muestras de más debilidad que de fuerza.
La
impunidad y la violencia
–Sea cual fuere la situación mundial en la que
nos encontremos, en África, en Medio Oriente, en Asia, en América latina o en
las democracias occidentales, nos enfrentamos a la misma indolencia, al mismo
salvajismo, a la misma impunidad, a la misma asimetría por parte de los
poderes, la misma violencia.
–Estoy profundamente convencido de que la forma
en que la sociedad está organizada a escala planetaria alienta y crea llamados
a la violencia. La razón principal radica en que, para el sistema, la realidad
humana es la competencia. La idea de Hobbes según la cual el hombre es un lobo
para el hombre constituye la convicción profunda de nuestra sociedad. Por esa
razón genera violencia constante: la sociedad da el derecho general para que,
en su propio interés, se pisotee a los demás. La prensa más ordinaria hace el
elogio de esa violencia. Los diarios hablan de cómo tal banco aplastó al otro,
de cómo la gente fue expulsada, etc., etc. Eso, dicen, es la vida, la
competencia. Pero hay que pagar el precio. Mientras no enunciemos que las
sociedades deben construirse en base a la asociación y no a la competencia
permaneceremos en el elemento primordial de la violencia. No digo que la
violencia va a desaparecer. La sociedad alienta sistemáticamente la violencia y
luego se ve obligada a combatirla con una represión terrible. Como la violencia
está constantemente incitada, hace falta un aparato policial para controlarla.
El resultado es que terminamos agregándole a la violencia social la violencia
del Estado. Debemos cambiar los pilares de la existencia colectiva. Pero el ser
humano es capaz de otra cosa que toda esa violencia: es capaz de entrega, de
amor. Tiene una doble capacidad. Puede ser un animal de competencia pero
también un animal altruista, interesado en la acción colectiva, capaz de
encarnar ideales, puede ser un enamorado o un científico desinteresado. Saber
qué aspecto del ser humano alentamos es una decisión fundamental.
–En el seno de los sistemas políticos
occidentales hay algo que se degradó profundamente en el último cuarto de
siglo. Esa evolución drástica está perfectamente retratada en dos libros suyos:
El Primer Manifiesto por la filosofía, de los años ’80, y el Segundo
Manifiesto, publicado el año pasado.
–El Primer Manifiesto recoge las últimas esperanzas
del mundo de antes. Pero en los últimos veinte años hubo cosas esenciales que
cambiaron, entre ellas, la hegemonía del capitalismo liberal competitivo y
violento. Intervino también otra cosa:
una suerte de clara complicidad con ese sistema por parte de los intelectuales,
incluidos los franceses. Ha sido una forma de decir que no se puede hacer
ni esperar otra cosa, que el mundo natural es así. Esto se aceleró con la
desaparición de la
Unión Soviética y de los Estados Socialistas. En mi opinión
éstos ya se habían muerto desde hacía mucho. Su experiencia ya no tenía más
fuerza, ya no proponía nada nuevo a la humanidad. Lo cierto es que la
desaparición completa de todo eso fue vivida por el capitalismo liberal como
una victoria que le abría el espacio del mundo entero para desplegarse. Las formas de violencia y de complicidad
intelectual con esa violencia se desarrollaron mucho. Creo que esto se
inició a finales de los años ’70. La nueva figura fundamental es que la
opinión, en vez de estar drásticamente dividida, es masivamente consensual.
Este resultado cambia el horizonte, la perspectiva, de un filósofo. El filósofo es aquel que siempre lucha
contra las opiniones dominantes, es decir, las opiniones del poder. Hoy el
combate es mucho más complejo y singular que el de los años ’60. En esos años
los filósofos críticos y comprometidos políticamente dominaban el escenario
intelectual. Eso se dio vuelta. Hoy son
los perros guardianes de quienes mandan. Hemos estado, con los años Bush,
en una combinación extraordinaria de violencia y de mentiras. En el fondo, los
occidentales, la población incluida, fueron culpables porque aceptaron todo
eso. Hay que salir de todo esto. La humanidad no podrá continuar en este
camino, si no irá hacia su eliminación. Se trata de reconstruir una visión del
mundo y de la acción alejada de este horror.
La
ilusión tecnológica
–La tecnología forma parte también de esta
sociedad, de esta violencia. Las nuevas tecnologías instauraron una suerte de
ilusión igualitaria, que es muy molesta, que parece decir en filigrana: puesto
que estamos conectados, todos somos iguales. Ahora bien, no hay nada más
virtual que esa igualdad. La realidad está presente, las diferenciaciones son
patentes, el pensamiento tecnológico contaminó el pensamiento humano.
–La tecnología es la realización de una
ideología que existía antes. Creo que es la ideología la que crea la
tecnología, y no al revés. Esta falsa
concepción de la igualdad es muy antigua. La desigualdad actual considera de
forma abstracta que los diferentes individuos son iguales. Se pretende creer que los individuos tienen
a su alcance el mismo sistema de posibilidades. La gente no tiene la misma
realidad, pero se argumenta que cuenta con las mismas posibilidades. Es la
mitología con la cual se decía que en Estados Unidos el vendedor de diarios
puede convertirse en millonario y, por consiguiente, es igual a cualquier
millonario. Con ese argumento, la única diferencia radica en que uno realizó la
posibilidad de ser millonario y el otro no. Hay entonces una concepción
tradicional y falaz de la igualdad propia al mundo burgués y competitivo.
¡Todos podemos competir! Esa es la igualdad competitiva. Pero pienso que la
tecnología de Internet y la conexión universal son la realización material y
tecnológica de esa ilusión igualitaria.
Esa ilusión está muy ligada al materialismo democrático porque incluye la idea
de que todas las opiniones valen y son iguales. ¡Estamos conectados y lo que yo
digo vale tanto como lo que dice otro! Con tal de que las cosas circulen, tienen
valor. Eso es falso. Lo real sigue
siendo violentamente desigual, competitivo, brutal, indolente. No basta con
tener una máquina en la que podamos decir lo que pensamos para acceder a la
igualdad. En realidad, cuanto más se expande ese tipo de igualdad ilusoria,
menos poder tiene la gente. Observe la crisis que vivimos: estábamos todos
conectados y de pronto irrumpió la realidad para decirnos: ¡Atención, de pronto
todo se puede derrumbar! La crisis vino a recordar que esta suerte de euforia
igualitaria en la cual estábamos era artificial. En el mundo competitivo la igualdad es siempre artificial. Y esa
igualdad artificial puede ser una igualdad tecnológica justamente porque la
tecnología es un artificio.
La
reinvención del amor
–Usted es uno de los pocos filósofos
contemporáneos que ha introducido en su reflexión algo único, es decir, el
amor. Usted repite a menudo que es preciso reinventar el amor. ¿Cómo se hace
eso?
–El amor es un gesto muy fuerte porque significa
que hay que aceptar que la existencia de otra persona se convierta en nuestra
preocupación. Mi idea sobre la reinvención del amor quiere decir lo siguiente:
puesto que el amor se refiere a esa parte de la humanidad que no está entregada
a la competencia, al salvajismo; puesto que, en su intimidad más poderosa, el
amor exige una suerte de confianza absoluta en el otro; puesto que vamos a
aceptar que ese otro esté totalmente presente en nuestra propia vida, que
nuestra vida esté ligada de manera interna a ese otro, pues bien, ya que todo
esto es posible ello nos prueba que no es verdad que la competitividad, el
odio, la violencia, la rivalidad y la separación sean la ley del mundo. El amor está amenazado por la sociedad
contemporánea. Esa sociedad bien quisiera sustituir el amor por una suerte
de régimen comercial de pura satisfacción sexual, erótica, etc. Entonces, el
amor debe ser reinventado para defenderlo. El amor debe reafirmar su valor de
ruptura, su valor de casi locura, su valor revolucionario como nunca lo hizo
antes. No hay que dejar que el amor sea domesticado por la sociedad actual –que
siempre busca domesticarlo–. En otros
tiempos, las sociedades clericales y tradicionales buscaron domesticarlo por el
matrimonio y la familia. Hoy se busca domesticar al amor con una mezcla de
pornografía libre y de contrato financiero. Pero debemos preservar la potencia subversiva del amor y apartarlo de
esas amenazas. Y ello es extensivo a otras cosas: el arte debe también
apartarse de la potencia del mercado, la ciencia igualmente. Allí donde hay un pensamiento
humano activo y desinteresado hay un combate para liberarlo de los intereses.
–Usted también dice que el amor es un proceso de
verdad.
–El amor saca a la luz lo que es una diferencia.
En el amor aceptamos ponernos de a dos para explorar no ya lo que creían los
románticos, es decir, la fusión, sino lo que es aceptar la diferencia del otro,
aceptarla apasionadamente. El amor es todo lo contrario del individualismo que
nos proponen. Se nos propone una soberanía del individuo, pero en realidad el individuo
sólo es soberano de sus propios intereses. En cuanto hacemos algo interesante
dejamos de ser soberanos. Si realizamos una demostración matemática los otros
matemáticos vendrán a verificar que es cierta, dependemos de ellos. En el amor
ocurre lo mismo. La soberanía es compartida con la presencia del otro. La idea
de la soberanía individual es pobre porque excluye las actividades interesantes
de la vida humana. El individuo se vuelve creador cuando acepta dejar de ser
soberano.
–¿Qué le queda a una pareja enamorada en un
mundo como éste? ¿La revuelta, la música, la poesía, el sexo, la indiferencia,
la violencia, la sabiduría? ¿Cuáles son los ejes de una emancipación positiva
frente a esta máquina infernal que es el mundo?
–En la situación de crisis y de desorientación
actual lo más importante es guardar las manos sobre el timón de la experiencia
que estamos llevando a cabo, sea en el amor, en el arte, en la organización
colectiva, en el combate político. Hoy, lo más importante es la fidelidad: en
un punto, aunque sea en uno solo, hay que tratar de no ceder. Y para no ceder
debemos ser fieles a lo que pasó, al acontecimiento. En el amor hay que ser
fiel al encuentro con el otro porque vamos a crear un mundo a partir de ese
encuentro. Claro, el mundo ejerce una presión contraria y nos dice “cuidado,
defiéndase, no se deje abusar por el otro”. Con eso se nos está diciendo
“vuelvan al comercio ordinario”. Entonces, como esa presión es muy fuerte, el
hecho de mantener el timón hacia el rumbo, de mantener vivo un elemento de
excepción, es ya extraordinario. Hay que pelear por conservar lo excepcional
que nos ocurre. Después veremos. De esa forma salvaremos la idea y sabremos qué
es exactamente la felicidad. No soy un asceta. No estoy por el sacrificio.
Estoy convencido de que si logramos organizar una reunión con obreros y ponemos
en marcha una dinámica, si podemos superar una dificultad en el amor y nos
reencontramos con la persona que amamos, si hacemos un descubrimiento
científico, ahí empezamos a comprender qué es la felicidad. La felicidad es una
idea fundamental.