AMANTES
Sus cuerpos iniciaron
la única danza que sabían.
En la calle del viejo hotel,
nadie escuchó la gramática infiel
de sus gemidos.
Nadie escuchó los susurros
del placer, enredándose en lo ojos.
Ardientes, sus manos despejaron
todas las dudas, recorrieron
impacientes todos los huecos,
todas las salientes.
Se amaron en la tarde
hasta sentir dolor.
Un espejo barato los vio partir,
y partirse, con las manos vacías,
con perfume ajeno,
en la piel del adiós.
OCTUBRE 2008