Por Ricardo L Plaul
En el cementerio de mis dones
enterré la soberbia de juzgarte,
de prohibirte, de cercarte,
la pretensión de pulsar
cada una de tus cuerdas.
Lancé hacia el blanco de la vida
tus pasos vacilantes,
y fui tu bastón, tu ancla de tormenta,
tu poncho al viento.
Junto al árbol más anciano escuché
tus aventuras inconclusas,
tus escusas con sabor a mentira.
En este recodo del camino
saboreo con ganas mi descanso,
apoyo mis sienes en tu pecho
y escucho el latir de mi destino.
Acaparando marejadas cobijé tu ternura,
amansé las soledades, develé el sortilegio
de las lunas inquietas, con la presencia
soberana de este amor,
que apenas asomaba,
apenas alumbraba en el pequeño cielo,
era una flor que iba creciendo
en el centro de todos mis desvelos.
Ahora regresa, vuelve a mi carne,
habita en mi llanto, no temas,
mi corazón puede abrirse hasta
el desgarro si tu palabra enhebra,
un perdón para mi canto.
31/08/10