En mis anaqueles dormían tus palabras
con la tiesa reciedumbre de tus libros,
de tus versos, de tus inquietudes.
Supe alcanzarte algún café mientras
tus piernas estirabas en el sofá.
Sin saberlo robaste de mi copa todo el vino,
toda la locura, todos los deseos,
todo eso y dormías.
La sirena del horror borró los sueños,
las sonrisas, las mentiras.
Siempre fuiste una presencia, una idea, una caricia.
No pudieron torturar tus ilusiones,
sacar un pasaje para la desesperanza.
No pudieron picanear las voces,
que rodaron por los ojos, se aferraron a los versos.
Malparidos del dolor bestiaron tu cuerpo,
carcasa deshojada que florece, que enternece,
que tiene la fuerza de la sangre y de la tierra,
que alumbra horizontes de luz en cada espacio.
No pudieron desaparecer los abrazos, los silencios
de a dos, la penetrante justicia de sabernos uno
para siempre, con todos, con la vida.
19/09/10