Por Ricardo Plaul
Era un hilo
leve y delgado
el que
encandiló mis sueños,
de
habitaciones vacías, de paredes desnudas,
sin el
hálito romántico de los dioses,
mas bien con
el agrio beneplácito
de los
demonios cuando cenan.
El
pretendido furor de los encuentros
tenía un
cierto tufillo a engaño desmedido,
a
si-me-dejas-qué hago, a bolero cursi de abandono.
Y sí, aquél
era un amor de morondanga,
Como un
tronquito de manzana comida
arrojado
desde la ventanilla del tren
hacia el
terraplén de los olvidos.
No mereció
al concluir ni un beso en la mejilla,
ni un
estornudo de alegres serafines
que bailaban
su locura con el ciego de la plaza.
A veces
tengo de ella un miserable recuerdo,
un gusto
rancio en la garganta,
una picazón
insolente que se desliza
insoslayable
hacia mis ojos.
Aquí en mi
celda, te juro,
a veces
tengo ganas de volver a matarla.