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Poesia Y Política
Blog de RicardoLuis Plaul
03 de Junio, 2011    Relatos cortos

Bazar Novedades

Por Ricardo Plaul

Muy temprano el bazar abría el ojo metálico de su cortina sobre el barrio lomense que se encaminaba al trabajo y a la escuela. Los niños alegres pisoteaban la escarcha, que en ese entonces, se formaba junto al cordón de la vereda. Durante veinte años el bazar fue parte de la vida de los vecinos en aquella esquina de Gorriti y Sarmiento. Todo o casi todo se podía comprar allí, a la manera de los "baazares" orientales: desde un juguete el día de Reyes hasta un cuaderno donde hacer los deberes. Don Toto, un jubilado ferroviario socialista y Doña Frida, una atareada ama de casa devenida en comerciante, le ponían a la atención al público su tinte personal y único.
En el galpón del fondo, mientras duró la armonía familiar, un sobrino de don Toto, Raúl tallaba los vasos a mano. Luego, cuando se pelearon los hermanos, vino López reconocido por haber realizado su oficio en las cristalerías de Santa Fe. Con maestría singular tallaban el nombre del que recibiría el regalo, casi siempre en el cumpleaños, o el "Tú y Yo" si se trataba de alguna pareja. Todavía conservo un pequeño vasito de licor, tallado hasta en la base, que me regalara López como demostración de su notoria habilidad. Las heridas en sus manos, provocadas por el vidrio al romperse cuando la piedra avanzaba demasiado, eran las condecoraciones de su experiencia y aprendizaje.
Francisca, una vecina pequeñita y de voz disfónica, venía al bazar prácticamente todos los días a utilizar el teléfono. Por unas pocas monedas, depositadas voluntariamente en una alcancía, se podía hacer uso de un servicio que pocos tenían en la casa en aquellos años. Ella venía acompañada por su nieto, un inquieto rapaz dispuesto a romper la cristalería que quedara al alcance de sus manos. Al parte cotidiano de sus desventuras hogareñas, Francisca agregaba un constante y divertido:_¡Tate quieto Danie..!- Durante años pensé que aquél travieso era el niño en quien se había inspirado el autor de la célebre serie "Daniel el terrible". Aunque los tirones de orejas de la abuela habían siempre impedido que el "Danie.." aquél cometiera algo "terrible" en el bazar.
Las vecinas sentían un temeroso respeto por Don Toto. Algunas apenas se asomaban y preguntaban desde la vereda: -¿No está la Sra.? - y recibían la socarrona respuesta del dueño:-No y quién sabe cuándo vuelve- Una de esas temerosas vecinas, Doña Filomena, un día se animó a comprar una docena de vasos "irrompibles". Varias veces preguntó insistentemente-¿pero es seguro que no se rompen al caer? - -No señora, no se rompen- - Pero y ¿si se los golpea? - No señora, no se rompen - era la monótona respuesta. Hasta que finalmente Don Toto, agotada totalmente su escasa paciencia, se acercó a la puerta y desde allí arrojó el vaso que saltó sobre el adoquinado, como si se tratara de una pelota de béisbol. -¡ Ve que no se rompe!- gritaba don Toto mientras doña Filomena corría asustada hacia su casa pensando que el comerciante se había vuelto loco. Estas reacciones se convirtieron en leyenda y creo que algunas las provocaban para tener luego algo que contar en la peluquería. Como aquella que insistía en si a la tabla de madera "no se le pegaba el ajo" y recibió la consabida respuesta: -si ud. no es roñosa entonces no se le pega el ajo- o aquella otra que preguntaba las instrucciones para hacer funcionar la lámpara de querosene, durante los prolongados cortes de luz de aquellos años, y Don Toto cansado de sus preguntas le dijo:- ¡no me va a decir que cuando Ud. era joven había luz eléctrica!
Sólo unos pocos vecinos sin embargo conocían el secreto por el cual el Bazar podía siempre ofrecer Novedades a sus clientes: vasos irrompibles, tinteros involcables, vasos con nombre, sea-monkeys, lapiceras Tintenkuli, pizarras mágicas, etc. En el fondo del depósito aquella familia guardaba un cofre, traspasado de generación en generación que alojaba entre sus gruesas tablas el tiempo que pasa. Todas las noches, cerradas las cortinas metálicas, los recuerdos, experiencias y vivencias pasadas del barrio, se guardaban bajo cuatro llaves en el cofre secreto. Algunos privilegiados venían a veces, enfermos de nostalgias, a comprar algunos recuerdos de la juventud: el primer amor, la primera experiencia sexual, el primer baile o la primera borrachera con amigos. Esta costumbre luego se suspendió porque los favorecidos salían demasiado perturbados.
Cuando el negocio se cerró, el barrio recobró sus memorias y nunca nadie pudo ofrecerles Novedades.
02/06/2011 Ricardo Plaul


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publicado por ricardolplaul a las 19:00 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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