Estrategia

Por Ricardo L Plaul
Esa mañana no tenía muchas ganas de ir a la escuela. Caminó las tres cuadras que lo separaban de la Plaza Grigera rompiendo la escarcha que se acumulaba junto a los cordones. Le parecía oír el ruido de sus huesos quebrándose. Si algo llegaba a salir fuera de lo planeado...
Pedro tenía diez años y era considerado por sus maestras un alumno aventajado en Lengua y Desenvolvimiento (como se llamaban en aquél entonces a las Ciencias Sociales y Naturales). Sus mayores dificultades siempre habían estado en Matemática. En realidad, no sólo la Matemática le traía problemas sino también Juan Sagredo. Juan era un chico "repetidor", tal como lo etiquetaban los docentes de entonces, robusto y con manos muy fuertes por el trabajo en un taller mecánico, como él contaba, orgulloso de sus músculos. Haciendo uso y abuso de los mismos siempre andaba buscando pleitos, hasta con chicos más grandes que él.
Desde su llegada, había tomado a Pedro como blanco de sus bromas pesadas que lo ridiculizaban frente a sus compañeritas. Le encantaba pegarle en sus orejas cuando éstas estaban rojas por los sabañones en invierno o tirarle al piso de una certera patada en la parte superior, el portafolio de cuero, cuando estaba distraído en la formación de salida. No dejaba fuera de su repertorio ninguna de las chanzas habituales de escolares, incluyendo el soplarle gofio en los ojos.
En aquél recreo, y de acuerdo a lo previsto, Pedro vio la oportunidad para tomar venganza contando con la ayuda de su inseparable amigo Hugo. Sagredo estaba distraído, mal parado, jugando a las figuritas. Hugo se agachó, rápida y sigilosamente a sus espaldas. Juan sorprendido al ver que Pedro se le acercaba gesticulando como un loco, no vio venir el empujón hasta que fue tarde. Cayó hacia atrás despatarrado, mientras todos se reían, por sobre el cuerpo de Hugo que lo desequilibró. Cuando se levantó, rojo de ira y dispuesto a moler a trompadas a Pedro, el primer timbre inmovilizador de la vida en el patio de recreo le impidió cumplir con sus propósitos. Al tocar el segundo timbre, Pedro ya estaba formando con cara de inocente junto a la maestra. Al pasar a su lado, Juan masculló:-¡ ya vas a ver a la salida!-
Pedro sonreía mientras resolvía la prueba de Desenvolvimiento. Todas las piezas del rompecabezas encajaban de acuerdo a lo planeado una semana atrás, tal como lo hacían sus héroes de la Colección Robin Hood.
Los mellizos Gaitán, conocidos por ser hijos del caudillo conservador Alberto Gaitán, eran desde hacía poco tiempo, dos de sus mejores compañeros. Ambos, al igual que su padre, eran muy respetados, o debo decir temidos, por su estrecha relación con enormes matones de alquiler dispuestos a todo. Siempre bajaban primero, con sus gafas oscuras y el bulto del arma que se adivinaba debajo del saco, para abrirles la puerta del auto que los traía a la escuela. Como buen compañero que era, Pedro los había visitado en su casa para ayudarlos con la preparación de la prueba y una sólida amistad surgió entre ellos.
Antes de salir, ese día, Pedro les comentó a los mellizos el altercado que mantenía con Juan Sagredo. Ellos le dijeron:-no te preocupes, de ahora en adelante vos estás bajo nuestra protección, nosotros seremos tus guardaespaldas-.Juan, que lo esperaba en la esquina, sólo empalideció cuando vio quienes lo acompañaban, tomándolo del hombro.
Las crónicas del siglo XXI dan cuenta de la muerte de los hermanos Gaitán a manos de un supuesto ladrón que mantuvo con ellos un tiroteo, cuando quiso asaltar al senador Pedro Gonzalez a quien ellos protegían. Las huellas dactilares y el ADN del sujeto, apresado en esas circunstancias por la policía que patrullaba el lugar, revelaron que se trataba de un "masculino" con antecedentes delictivos llamado Juan Sagredo.
Ricardo Luis Plaul, 08/09/2011